
En la película de ciencia ficción distópica Blade Runner se sentaron las bases estéticas de lo que serían las ciudades futuristas: crecimiento vertical traducido en rascacielos cada vez más monumentales, contaminación, superpoblación, suciedad, caos y anuncios luminosos por doquier, además de una fuerte influencia asiática. 
La ciudad de Lagos, en Nigeria, cumple con todos estos requisitos. En ese sentido es una ciudad perteneciente a un futuro negro, negrísimo. Sin embargo, Lagos ha infringido uno de los requisitios, concretamente el primero: crecimiento vertical. Porque si por algún tipo de crecimiento se caracteriza Lagos es por su enfermizo crecimiento horizontal: Lagos es considerada por muchos artistas como la primera y única megalópolis orgánica. 
Orgánica porque su crecimiento se parece al de un organismo lleno de tentáculos que ha sido irradiado por Rayos Mutantes. Este extraño fenómeno se produce cuando una ciudad aumenta de tamaño y crece en población de forma vertiginosa sin el asesoramiento de ingenieros y urbanistas. Es decir, cuando el crecimiento es natural, desaforado, anárquico y escasamente planificado. Si hace falta una casa más, se pone. Si es necesario otro camino, se hace. ¿Una tienda, un parque, un cementerio? Lo mismo. A lo loco, como decía la canción. 

Lagos tenía en 1950 alrededor de 200.000 habitantes. En 2006 alcanzó los 18 millones. Es como si una ciudad de provincias se hubiera convertido en sólo medio siglo en una populosa Nueva York. Y los pronósticos de las Naciones Unidas indican que la bestia urbanita seguirá creciendo y fagocitando el terreno: en 2030 se estima que tendrá 35 millones de habitantes. En 2040, superará en habitantes a la ciudad más grande del mundo: Ciudad de México. 
Y todo este crecimiento se producirá bajo una precaria economía: a pesar de que Lagos es la ciudad más próspera de Nigeria, su nivel de vida continúa estando por debajo de los estándares mundiales. Por eso no es extraño el día en que Lagos es víctima de un apagón de luz o de diversos cortes de energía eléctrica que duran semanas. La responsable de que la energía en Lagos funcione tan bien es la NEPA (National Electric Power Authority o Comisión Nacional de Energía Eléctrica), pero todo el mundo bromea diciendo que en realidad significa Never Expect Power Anytime: “no cuentes nunca con la electricidad”. 
Esta hiperbólica dosis de densidad demográfica provocó que no hubiera tiempo material para ir modificando la ciudad a fin de dar servicio a sus ciudadanos. El caos y la desorganización han ido generando un callejero aleatorio que sería la pesadilla de cualquier turista: ni provisto de los mapas más precisos evitará perderse; incluso si el mapa tiene menos de un par de meses de antigüedad, todo habrá cambiado tanto que se sentirá como si tratara de conducir sus pasos con un mapa dibujado a mano de la Edad Media. Los dispositivos GPS son inútiles. Incluso los propios habitantes no deben de estar muy seguros de cómo llegar a determinada calle: si llevaban tiempo si seguir el itinerario, entonces es probable que se conviertan en turistas despistados de su propia ciudad. No es extraño, entonces, que una de las profesiones con más salida en Lagos sea la de guía de la ciudad, cuyos mayores expertos se ganan muy bien la vida asistiendo a turistas o a representantes de empresas.
La forma más efectiva que encontró Lagos para aumentar su tamaño fue un poco la que usan las abejas. Si éstas emplean los hexágonos de los panales, aquélla usa casillas urbanas. Cientos de miles de casillas dispuestas sin ningún orden y casi atropellándose entre sí. Ello provoca que las calles sean estrechas como laberintos de ratas. Así pues, la forma más rápida de desplazarse por Lagos es mediante ciclomotor: si circulas en coche es probable que en cualquier momento te encuentres atorado en la angostura de una calle. 

Hay avenidas, sí, pero la idea de circular por ellas aún resulta mucho más descabellada, porque suelen producirse tales embotellamientos de coches, buses destartalados, taxis compartidos (danfos) y mototaxis (okadas) que estos pueden durar hasta más de 2 días seguidos. Habéis leído bien: 2 días. Imaginad si tenéis que coger uno de esos taxis compartidos, sumidos en un ambiente de sofocante calor, cláxones y un eterno ritmo de sepelio producido por un extravagante ejército a motor. 
Atascos de tráfico que sobrepasan las peores pesadillas de una “operación salida” de principios de agosto. Un organismo estatal denominado LAMATA (Lagos Metropolitan Transport Authority) está creando apresuradamente improvisados sistemas de transporte como botes, vías de ferrocarril y autobuses que bordean la ciudad para descongestionar un poco su tráfico central. Pero mucho me temo que la solución no tardará en volverse insuficiente.
Debido también a la superpoblación, Lagos está literalmente hundida en el agua en determinadas zonas, como una especie de Venecia. Ello no es debido al tremendo peso de tantos cuerpos (aunque no me parecería una teoría tan ridícula), sino al colapso de los sistemas de desagüe, que no dan abasto ante la demanda creciente. 
En definitiva, Lagos es una Biblioteca de Babel como la que proyectó Borges, pero en la que los libros han sido sustituidos por replicantes nigerianos (replicantes como los que existían en Blade Runner, aunque en este caso el término les venga dado por su tendencia geométrica a replicarse). 
Una ciudad orgánica en la que uno de los personajes mediáticos más importantes es Fela Anikulapo-Kuti, un músico que se casó con 27 mujeres en un día y que acostumbraba a aparecer en escena con su saxo, unos calzoncillos minúsculos y un cigarro de marihuana. Murió de SIDA en 1997, paradójicamente una enfermedad que él mismo se empecinaba en repetir que no existía, a pesar de que su hermano mayor, Olikoye Ransome-Kuti, vertebrara el primer programa contra el SIDA en Nigeria desde su púlpito del ministerio de Sanidad. De ciencia ficción. Como en Blade Runner.
No hay comentarios:
Publicar un comentario